La idea de una integración latinoamericana no es nueva, pues ya hace 2 siglos el libertador Simón Bolívar planteaba algo parecido con su proyecto la Gran Colombia, sin embargo esta empresa parecía ser bastante ambiciosa y sus resultados no fueron los deseados, ya que cada país parecía tener diferentes ideologías y posiciones, lo que claramente influyo en la longevidad de su proyecto. Aun así es importante destacar que desde hace mucho tiempo, los procesos de integración parecen ser una gran estrategia para afrontar los diferentes retos a nivel político, económico y social que depara el futuro.
En la actualidad no somos ajenos a este movimiento y vemos que muchos países latino americanos (en un principio motivados por la globalización pero además por su identidad regional, historia independentista, idioma, entre otras) han creado alianzas regionales de acuerdo a las condiciones e intereses de la población local, ello con el objetivo de garantizar el desarrollo sostenible, la subsistencia y participación de cada nación en el marco político, social y económico mundial.
El fracaso del neoliberalismo en varios países de américa latina a finales del siglo XX y principios del siglo XXI promovió el resurgimiento de grupos políticos populistas que propugnaban la supresión de la Laissez faire y demás políticas neoliberales, para darle paso a un nuevo capítulo de la intervención estatal. A partir de este suceso se empiezan a configurar diferentes bloques regionales con propósitos no solo económicos, sino también políticos y sociales, buscando consolidar organismos con identidad propia (latinoamericana), este concepto se convertiría en la piedra angular de las integraciones en curso. Debido a este enfoque, procesos de integración como el ALCA – Área de Libre Comercio de las Américas; proyecto que impulsaba el libre comercio a través de la reducción arancelaria en todo el continente americano – pierden fuerza y en contraparte nace el ALBA – Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – como consecuencia al nacionalismo radical. Es importante hacer hincapié en que si bien es claro que esta perspectiva promueve el surgimiento de nuevas organizaciones, también provoca la desaparición o disolución de otras, debido a que su objetivo integrador no se encuentra bien definido, o porque dejan de ser provechosas ante la firma de tratados de libre comercio, tal es el caso de la CAN – Comunidad Andina de Naciones – y de la CSN – Comunidad Sudamericana de Naciones –.
Otros proyectos de Integración, inicialmente orientados por aspectos netamente económicos como el MERCOSUR – Mercado Común del Sur – también son dirigidos en su mayoría por líderes políticos izquierdistas y lo mismo ocurre con la UNASUR ¬– Unión de Naciones Suramericanas – cuyo objetivo principal es fomentar la construcción de una identidad sudamericana al igual que un espacio de integración regional.
Asimismo, impulsados por todos estos acuerdos regionales y subregionales florecen organizaciones de más bagaje como la CELAC – Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños – que surge como un mecanismo representativo de concertación política, cooperación e integración de los estados latinoamericanos y del caribe y como un espacio común que afianza la unidad e integración de la región (2012, F. Rojas). A diferencia de las alianzas que la anteceden, la CELAC hace un mayor énfasis en el aspecto político y asume de manera plena la interlocución del conjunto de estados que la conforman, en aras a posicionar a América Latina y el Caribe como un actor político mundial.
Para resumir, no cabe duda que los procesos de integración latinoamericanos deben de estar sustentados bajo los pilares referentes a campos ya mencionados, pero sobre todo políticos, ya que estos se encargaran de sacarnos del exilio en el que actualmente estamos sumidos – en lo referente a la participación internacional –, además de ello aumentarán la calidad de vida de muchas personas lo que permite que sus los países miembros transiten por sendas de crecimiento sostenido.
Marvin
A. Suárez